Por Diego Flores Burgos
La
muerte de Hugo Chávez deja el vacío de poder propio de un líder
carismático. El antes y después de su gobierno trasciende los límites
del país caribeño, destacándose una fuerte definición ideológica
antimperialista traducida en políticas públicas que tendieron al
desarrollo geopolítico de América Latina.
Como
todo militar de altas esferas, el conocimiento geopolítico fue
fundamental en su formación. Al igual que Perón, pero superándolo en
envergadura, la geopolítica chavista incorporaba en principio el
subcontinente sudamericano (UNASUR) y el Caribe y posteriormente la
América Latina toda desde el sur del río Bravo.
El
proyecto chavista, integrador y latinoamericano que para inopias voces
manifestaba la megalomanía del dictador, representa fácticamente la
necesidad de supervivencia del Estado venezolano (y no solo de éste),
aunando las fuerzas políticas, económicas y sociales en un bloque
regional, la CELALC, de casi 600 millones de habitantes, más de 20
millones de kilómetros cuadrados, conformando con 7,06 billones de
dólares el tercer PBI del planeta, la tercera potencia económica
mundial, siendo el mayor productor de alimentos del mundo y el tercero
en la producción de energía eléctrica, además del primero en
biodiversidad y recursos naturales. Todo ello como consecuencia del
carácter de un demócrata cabal que ganó 14 elecciones, perdiendo una.
La
geopolítica venezolana entendida desde Rudolf Kjelen, al igual que la
argentina, la brasileña y ni hablar desde el Paraguay o Bolivia o
Nicaragua, entiende al Estado como “una entidad del mismo tipo
fundamental que el hombre individualmente considerado”, individuo débil
demográfica y económicamente, pero que mediante la unión, la
integración, es capaz de formar un bloque de poder que le permita la
liberación política y económica y la preservación de esos logros: si vis
pacem, para bellum. Es la concepción del mundo multipolar, como
alternativa al unipolarismo.
Siguiendo
a Kjelen, para el desarrollo de los elementos geopolíticos del Estado
(Latinoamericano), la gestión de Chávez asumió naturalmente desde 2003
en adelante el liderazgo de un importante y variable equipo orientado
ideológicamente, conformado por Néstor Kirchner, Raúl y Fidel Castro,
Luiz Inácio “Lula” Da Silva, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Orgega,
Manuel “Mel” Zelaya, Fernando Lugo y Cristina Fernández. Con ese equipo,
elementos tales como el territorio, el pueblo, la economía, la sociedad
y el gobierno, que generalmente asumen una orientación expansionista
por parte de las potencias imperialistas, asumieron una dirección
inversa, consolidando un proyecto defensivo pero fundado en los
principios ideológicos de un socialismo aggiornado, el Socialismo del
Siglo XXI, en un principio con la colaboración del sociólogo y analista
político Heins Dieterich Steffan.
Por
supuesto que no todos los países siguen de la misma manera la teoría de
Steffan, pero la orientación socialista existe ya no solo desde las
cúpulas dirigenciales, también creciendo en las bases mismas de los
pueblos. El proyecto geopolítico latinoamericano ha debido y sigue
luchando contra los factores externos y fundamentalmente los internos,
vinculados a las siempre presentes oligarquías terratenientes,
comerciantes, industriales, financieras y multimediales deseosas de
mantener un status quo favorable a sus intereses y de las corporaciones
expoliadoras internacionales, representadas por los estados en los que
se asientan sus casas matrices, en base a la manipulación y la falta de
formación crítica y política.
En
cuanto al territorio, la integración física se puso en debate y acción
como no se hacía desde el Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826
propiciado por Simón Bolívar. Para ello se proyectaron obras de
infrestructura, gasoductos como el Binacional entre Venezuela y
Colombia, oleoductos como el Poliducto Binacional, comunicación
marítima, fluvial y terrestre como la Carretera Interoceánica entre Perú
y Brasil y obras especiales como la interconexión mediante un cable
submarino de fibra óptica entre Venezuela y Cuba. Todo ello teniendo en
cuenta las gigantescas ventajas y características territoriales
enunciadas más arriba.
Respecto
al factor pueblo, la demopolítica considerada no solo como factor
intrínseco del estado, sino como su rector. El pueblo no como base de un
ejército de reserva, sino como el actor mismo de la historia y el
principal beneficiario de la riqueza de la patria. De allí las grandes
transformaciones sociales producto de políticas de promoción social a lo
largo de casi toda América Latina, permitiendo un índice de desarrollo
humano del 0,711 y creciendo. El pueblo representa la base de la
organización de un nuevo modelo político y social, basado en los
principios de igualdad de oportunidades, justicia social y
reivindicación de derechos para mayorías y minorías otrora excluidas.
Respecto
de la economía, la orientación de las políticas económicas al
desarrollo intrínseco de los países, como distinción de las políticas
decimonónicas de apertura a los mercados desarrollados de Europa y
Estados Unidos y la escasa integración económica latinoamericana.
Actualmente, los principales países del bloque de la CELALC comercian
con países del bloque, generando un desarrollo que puede resistir los
embates de las recurrentes crisis del capitalismo. Este desarrollo
intrínseco tiene sus resultados, como por ejemplo el aprovechamiento de
los recursos petroleros por parte del Estado en Venezuela, o la
ubicación de Argentina como primer exportador de Software de la región.
Se recupera el principio de la independencia económica, adecuado al
mundo global. Se orienta la economía al capital productivo al propiciar
el modelo capital-estado-trabajo, frente al modelo anteriormente
imperante de capital-mercado-especulación.
Acerca
de la sociedad, el modelo de desarrollo económico, fuente del
desarrollo y promoción social latinoamericano permite el surgimiento de
una nueva conciencia social, basada en el respeto de lo nuestro, la
aceptación de los valores tradicionales de nuestra tierra (pero
afianzando el necesario laicismo), incluso recuperando los valores de
las culturas originarias. La cultura se interrelaciona, surgen proyectos
como la Universidad del Sur, del recientemente fallecido Oscar
Niemeyer, además de las vinculaciones académicas y laborales, donde se
destacan las misiones sanitarias en Venezuela brindadas por médicos
cubanos.
Respecto
del último factor, el gobierno, la vinculación estrecha ahora entre
nuestros países y no ya antes bajo la idea decimonónica del progreso al
estilo Sarmiento y Mitre (como exponentes argentinos) del desarrollo
mediante la vincularnos a las potencias capitalistas desarrolladas a
través de la división internacional del trabajo, lo que por supuesto, no
trajo el resultado previsto por los próceres. Los gobiernos se
consultan frecuentemente y se protegen, como en el caso del intento de
secesión en Bolivia en 2008, la crisis colombiana-venezolana, capeada
por el entonces primer secretario general de UNASUR, Néstor Kirchner,
los secuestros por parte de las FARC, los intentos de golpe de estado de
Ecuador, los golpes de estado aún con figura legal como en Honduras y
Paraguay y últimamente la mediación entre las FARC y el gobierno
Colombiano en Cuba.
Ha
muerto el caudillo, el líder populista, palabras tan detestadas por el
imperialismo capitalista y sus lacayos como por la socialdemocracia
local. Pero no ha muerto su obra, que perdura en las políticas públicas
fruto de una pensada geopolítica regional, que no solo nos permite un
desarrollo social justo, sino también una defensa del imperialismo
capitalista, entretenido, por ahora, en Afganistan, Irak y Siria.
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