viernes, 28 de septiembre de 2007

Sanjuaninos categorizados



La única verdad es la realidad, reza un aforismo político. Pero a la realidad hay que verla más allá de los hechos para poder comprenderla de manera apropiada. Tenemos que ver más allá de lo aparente. Ver que encierran los hechos cotidianos. Porque la realidad es engañosa. Y ese engaño no es al azar.

Este lunes 27 fallecieron dos personas por causas más que evitables. Una mujer embarazada y su hijo en gestación. No fue porque una enfermedad, que tratada a tiempo hubiera salvado ambas vidas, como en muchos casos. Fue porque la ambulancia, como en muchos casos, no llegó nunca.

Ante este hecho lamentable, podemos hacer dos consideraciones:

1) El contrato entre el Estado sanjuanino y la empresa de ambulancias estipula que solamente se efectúan traslados ante emergencias en la vía pública, no en domicilios particulares.

Acaso esto es un error de los políticos de turno que dejaron librada a la buena de Dios la vida de aquellos que no tienen obra social o la suerte de sufrir una desgracia en la calle o la vereda?

No sanjuaninos, los políticos no se equivocan cuando hacen contratos. La primera ley de la patria contratista dice que los beneficios de cualquier empresa son directamente proporcionales a la comisión del político de turno que le da viabilidad a esa concesión.

Seguramente, en pocos días surgirá el debate público y con él la necesidad de resolver esta falencia en el servicio de las ambulancias, que devendrá en: otro nuevo contrato o renegociación que beneficiará a: alguna empresa privada.

Son las cosas del capitalismo, en todo el mundo el capital es auxiliado por el Estado.

2) Nuevamente queda demostrado que en San Juan, como en todo el mundo lamentablemente, la sociedad está dividida en clases bien diferenciadas, donde esta diferencia marca la vida o la muerte.

No es nuevo esto, claro. Lo triste es que hay mucha gente ingenua que cree que esto aquí no pasa.

Yo considero que en San Juan, aparte de la división económica de clases, existe una división territorial de clases. Tenemos tres clases territoriales en nuestra provincia. La primera, la más beneficiada, es la que vive entre las avenidas Alem, Libertador, Rioja y Córdoba. La segunda, la que vive entre las cuatro avenidas y la avenida de circunvalación, en countries y en algunos barrios especiales y la tercera, en todo el resto que queda afuera de las dos primeras.

No es ilógico lo que sucedió con estas dos vidas que se perdieron a causa de un negocio inconcluso. Es lógico si tenemos en cuenta que son de la clase territorial menos favorecida, como ya ocurrió antes y ocurre con la gente que se muere en las ambulancias viendo de Jáchal, Calingasta o Bermejo.

Esta concentración en la zona céntrica de todas las actividades que hacen a la vida de los sanjuaninos nos muestra el poco interés de los políticos y funcionarios por los que viven fuera del gran San Juan. Ejemplo: se está construyendo el hospital más grande de Cuyo, pero los enfermos vienen y seguirán viniendo de todas partes para atenderse en el Rawson, porque en sus localidades no tienen unidades sanitarias preparadas ni siquiera para pequeñeces.

Dicen los conservadores, que el Estado tiene dos funciones primordiales que atender: La justicia y la seguridad. Los menos conservadores: la salud y la educación. Otros pensamos que el Estado debe intervenir y regular todas las actividades que posibiliten una mejor calidad de vida para todos los miembros de la comunidad.

Este tipo de divisiones clasistas no debemos permitirlas. El hombre es un ser racional, que debe perfeccionar la naturaleza y no destruirla. Para quienes piensan que las clases sociales son fenómenos naturales, les replico que es obligación del hombre su superación, ya que estamos intelectualmente preparados para ello. Solo es cuestión de voluntad, de querer luchar por una sociedad más justa e igualitaria, superando pobreza y exclusión.

Sanjuaninos, hechos tristes y lamentables como este deben motivar nuestra solidaridad y caridad para con quienes la pasan mal o sufren injusticias. Nuestra meta debe ser que el hombre viva bien, que su bienestar material favorezca la perfección de su faz inmaterial. Nuestra caridad y solidaridad se deben transformar en justicia social. Y esta en acción.

Diego M. Flores Burgos

jueves, 20 de septiembre de 2007

EL ROL DEL LICENCIADO EN CIENCIAS POLÍTICAS EN EL ESTADO Y LA SOCIEDAD




Sociedad, vanguardia y futuro

La sociedad

Año 2007. San Juan, Argentina. La nuestra es una sociedad tranquila, sin mucho barullo, sin grandes protestas sociales, sin grandes manifestaciones, sin revoluciones, sin cambios. Una sociedad tranquila, cuya paz se altera es alterada solamente por hechos que hacen a la inseguridad. La sanjuanina es una sociedad tranquila, demasiado tranquila. Una sociedad que podríamos considerarla como la sociedad del contrato social de Hobbes en su aspecto delegativo, ya que sus miembros ceden sus derechos de autogobierno al soberano absoluto. De esta manera se desentienden de los asuntos públicos y se dedican a sus gestiones privadas, dejándole a uno o a unos el manejo de aquellos. La vida pasa por el trabajo, la familia y el bienestar personal. Lejos quedó la preocupación por la cosa pública.

La mayoría de la población no está interesada en la política, salvo que se pueda lograr algún beneficio material inmediato. Al ciudadano medio no le importa quien gobierna, como gobierna, que ideología profesa, si es honesto, si es capaz. Solo le interesa que brinde las condiciones que posibiliten su bienestar material.

Lo esencial de esta vida hoy es, sobrevivir. Sea como sea. Lo mejor es el trabajo en el Estado. Es lo más seguro. Nuestra provincia es pobre, su economía desarticulada y subdesarrollada, no hay campo para quienes tienen una formación relativamente alta. No hay otra opción.

Los siete años de represión física e ideológica, sumados a los diez de individualismo posesivo han llevado a la transformación de la sociedad. Ahora somos más tranquilos que antes. Sumisos. No porque, como ocurre en los países desarrollados, todas las necesidades materiales están satisfechas, al menos para la mayor parte de la población, por lo que no es necesaria la revolución: la desilusión de Marx. Somos así porque somos fruto de años de manipulación y control. Somos lo que somos porque somos hijos de la represión y del materialismo. Del miedo y del egoísmo. Todas nuestras acciones están referenciadas a esos dos “valores” que guían nuestro accionar, transversalizan nuestras actividades cotidianas y nuestras opciones más complejas y muchas veces nos conducen a la pérdida de la dignidad y del honor personal.

Somos una comunidad organizada, mejor dicho, una comunidad digitada por intereses que no son los de esta comunidad. Intereses que responden a la economía transnacionalizada y a la cultura macdonaldizada. Los políticos son los gestores locales, talvez haya alguno contra la corriente, talvez.

Subdesarrollada. Pobre. Ignorante. Sumisa. Sometida. Esa es nuestra sociedad. Al final, tranquila.

La vanguardia


No hay tiempo que perder. El profesional, el altamente capacitado, debe insertarse como sea y donde sea a fin de lograr la ansiada seguridad económica. No hay tiempo para pensar en ideologías o utopías. Tampoco conviene, pues podríamos entusiasmarnos y este entusiasmo nos llevaría a caer en la cuenta que el propio sistema en el que buscamos nuestra seguridad económica se contrapone con nuestros principios, generándonos un conflicto axiológico. Además, lo más importante: el perseguir una ideología o ciertos valores políticos pueden poner en riesgo nuestras posibilidades de inserción profesional.

Asimismo la historia nos enseña lo que el “exceso de ideología” puede hacer. Puede llevar al destierro, a la muerte y a la desaparición. A cualquiera, ya sean próceres o desconocidos. Ya sea San Martín, Alem o un militante universitario o gremial de los ‘70. La historia enseña.

Por suerte ya no vivimos en esas épocas en que ir tras una utopía ponía en riesgos nuestras vidas. O tal vez sí, si lo vemos desde el punto de vista económico. En la sociedad actual, quedar fuera del sistema económico es como morirse, no existir.

Peronista o Radical, zurdo o conservador, demócrata o represor, montonero o guardia de hierro, igual da. Irrelevante es pensar en el origen de los gobernantes. Pareciera que los políticos solo existen en nuestras mentes desde el momento en que escuchamos por primera vez sus nombres. La ideología es cosa de ilusos, o de demagogos. Los políticos son los encargados de la cosa pública, de los asuntos sucios. Ese sucio mundo de la política.

Las ideologías ya no tienen sentido. Ahora el asunto es la gestión. ¿Corrupción? ¿Excesos? ¿Arbitrariedad? Fallas del sistema.

El politólogo

Nosotros los técnicos no debemos inmiscuirnos en ese sucio mundo. Tan solo debemos actuar con la mayor objetividad posible. Sin valores. Sin ideología. Sin compromisos sociales. Así nos preparan. Es el reino de la tecnocracia avalorativa, neutra y eficiente. Nosotros somos profesionales. El discurso es para los políticos.

El politólogo es un profesional dedicado a la asistencia en la toma de decisiones. Aunque en algunos la teoría política y una cuota de sensibilidad social presionan. Está todo bien, pero ¿está todo bien? ¿Es acaso la paz de los cementerios es una paz valedera?

Basta. Basta de distanciamiento y avaloración. El politólogo es más que un asesor. Es el verdadero político en potencia. Es teoría y práctica, es ideología y praxis.

En los tiempos que corren, apolíticos, insensibles e individualistas, el politólogo puede y debe ser como Prometeo, que robó el fuego de Zeus. El politólogo lleva el fuego de la sabiduría. Esa sabiduría que ha robado a los poderosos y que, como el fuego de Prometeo, debe llegar a todos los hombres; debe servir para iluminar al pueblo, para educar al soberano. Para que la nuestra sea una sociedad dinámica aunque ruidosa, y no tranquila aunque sumisa. Una sociedad justa, que controle su destino y elija su camino. Que brinde posibilidades para todos. Una sociedad de ciudadanos y no de usuarios categorizados.

El politólogo posee ese fuego. Puede usarlo cuando quiera. Solo depende de su voluntad, de cuan fuerte sea su ardor interno, su sed de justicia, su idealismo, su utopía[1], su compromiso social. Y ese fuego lo tenemos por naturaleza los jóvenes de corazón.



[1] Hay que apuntarle al águila para pegarle a la paloma, pues si le apuntamos a la paloma le podemos pegar a la vaca del vecino. DMFB.

sábado, 15 de septiembre de 2007

Basta de autoritarismo en San Juan!

Una vez más, el gobierno de José Luís Gioja nos da muestra, a través de pequeñas acciones, su sesgo elitista, autoritario y cerrado, que excluye la participación popular en la formulación de políticas públicas.

Ya estaba un poco molesto con la decisión de construir el estadio único por no consultar a urbanistas y especialistas sobre la ubicación del mismo. A Gioja se le ocurrió construir un estadio, encontró un campito que le pareció bien, dijo que se iba a construir ahí y su legislatura lo expropió decuplicando su valor. Y ya está.

A Gioja se le ocurrió construir un teatro, y decidió hacerlo en el predio ferial Estación San Martín. No consultó a ningún especialista sobre su ubicación.

A Dante Elizondo, Secretario de Turismo, Cultura y Medio Ambiente del gobierno giojista se le ocurrió hacer en el predio ferial de la Estación Belgrano una plaza [Diario de Cuyo, 22/8/07]. ¿Consultó a algún especialista? Por supuesto que no.

El problema, sanjuaninos, radica en que la voluntad popular no es escuchada. El que tiene algo para decir no puede expresarse. No hay predisposición al diálogo por parte del gobierno. Y estos hechos tienen diversos grados de importancia y gravedad. Van desde querer hacer una plaza hasta la construcción de un embalse o mina a cielo abierto.

La popularidad de Gioja, legitimada por su triunfo electoral, no da derecho para que él o sus funcionarios decidan sobre el patrimonio público como les plazca. Porque además sanjuaninos, no nos equivoquemos, toda política pública tiene un trasfondo económico, un interés particular que necesita ser favorecido. Las políticas públicas en los países capitalistas pretenden satisfacer las necesidades de grupos empresarios y luego, solo luego, las de la comunidad.

Producto de esto es la famosa frase “la patria contratista”. Y esta situación no es, como podrían pensar los patriotas resentidos, un típico problema argentino o latinoamericano. Estados Unidos invadió Irak e inventó una guerra para beneficiar a cientos de empresas yankis en rubros tales como la construcción, la seguridad y por supuesto, la infraestructura petrolera, bajo la retórica de “reconstruir Irak”. Y ejemplos como esos hay miles en la historia.

Gioja nos miente, señores. No es el representante de la concertación en San Juan, no tiene interés en lograr un San Juan para todos. No le importa ni le conviene. Sus discursos de integrar a todos, de que nadie está de más, nadie sobra, son meras estrategias retóricas.

Pues el giojismo, tal como yo lo defino, es un fenómeno complejo, que engloba una matriz ideológica y a la vez una metodología o práctica política determinada. Está inspirado en la persona del gobernador sanjuanino; son sus características las decisiones autoritarias, cual patrón de estancia; la compra y exclusión de la oposición; la sumisión de todos los medios de comunicación masiva mediante los gastos de publicidad oficial; las clásicas y lamentables prácticas clientelares; los compromisos con las empresas transnacionales; los negocios y pactos con la estructura eclesiástica local y políticas de gobierno que prescinden de los aportes legitimadores de la población o de especialistas.

Sanjuaninos, estas decisiones autoritarias y caprichosas, que supuestamente benefician a la población, son ejemplo de la manipulación que nuestro pueblo sufre, de su individualismo y falta de interés sobre el patrimonio y dignidad colectivos. No esperemos a llegar a ser como San Luís para darnos cuenta.

La vieja política sigue presente en San Juan, y lo va a estar al menos, por los próximos 4 años. Necesitamos salir de esto, a fin de construir una Nación para todos, una patria libre, justa y soberana donde el primer beneficiado sea el pueblo, donde todos participemos en la formación de decisiones, no solo en las elecciones, eso es muy pobre.

Si los sanjuaninos podemos, ¿por qué no?

Diego M. Flores Burgos