Estamos viviendo momentos
bastante graves en lo que respecta a la estabilidad social y económica en
nuestro país. Ya ni pensar en la felicidad del Pueblo y la Grandeza de la
Nación.
Nuestros dirigentes no están a la
altura de las circunstancias. Nos acostumbramos a las mentiras de la campaña
electoral, "Si yo les decía a ustedes hace un año lo que iba a hacer y
todo esto que está sucediendo, seguramente iban a votar mayoritariamente por
encerrarme en el manicomio” dijo Mauricio Macri, recordando la triste frase "Si
yo decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie", de Carlos Menem hace
varios años.
Nos acostumbramos a la corrupción
legalizada, a la falta de democracia, entendiéndose esta en el sentido de las
palabras de Abraham Lincoln como el gobierno del pueblo, para el pueblo y por
el pueblo.
El actual gobierno no es un
gobierno del pueblo, sino que está gestionado por los miembros de las
históricas familias que se han beneficiado de la acción o inacción del Estado,
lo que también se conoce como la “oligarquía”. No es para el Pueblo ya que como
dice el célebre adagio de la ciencia política “dime que políticas públicas tomas
y te diré a quién beneficias”: la quita de retenciones, la eliminación de
impuestos, la desregulación económica y financiera trajo bienestar para muy
pocos. No es por el Pueblo, ya el apoyo hacia el Gobierno Nacional está en el
36,3%, medición del 18 de agosto, la credibilidad y la esperanza se perdieron.
¿Qué vendrá? La ciudadanía necesita
contar con una alternativa válida donde alojar su esperanza y su deseo de estar
bien o volver a estar mejor. El Peronismo dividido en grupos sectarios no
sirve, contradice su filosofía de prioridades con Primero la Patria, después el
Movimiento y por último los Hombres. Y no me refiero solamente a la diáspora de
partidos políticos sino a los personalismos que impiden un trabajo en común por
la comunidad, y esto a nivel de dirigentes municipales y provinciales también.
Y es que los políticos son
producto de la sociedad. Una sociedad adormecida, que se conforma con recetas
simplificadas de la realidad, prefiere dirigentes como ellos, que subestiman la
complejidad de la política nacional y la única respuesta que tienen ante lo que
no pueden manejar es la de la “herencia recibida”. Ni hablar del individualismo
excesivo que busca el progreso personal a costa de la destrucción del otro,
actitud que la vemos en el tránsito, en la escuela y en los negocios.
Incierto es nuestro futuro si los
argentinos no comenzamos un proceso de introspección y mea culpa sobre nuestra
responsabilidad de lo que sucede. Ser ciudadano no es sólo votar, es también ser
responsable con nuestra decisión analizando las propuestas y examinando el
historial de los candidatos. Sólo así podremos ser artífices de nuestro
destino.
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