La prisión de dos argentinos
en Murmansk, Rusia, por intentar tomar una plataforma petrolera de la estatal Gazprom
ha servido para visibilizar el rol de Greenpeace como organización al servicio
del imperialismo británico.
El rol mediador asumido por
Rusia y su presidente, Vladimir Putin, frenando la ambición estadounidense de
la guerra en Siria, la ocupación soberana del Estado Ruso sobre sus aguas en el
ártico y sus riquísimos recursos minerales y la nueva ruta comercial este-oeste
en esa zona, son algunas causas que permiten entender el juego de Greenpeace.
El peor escenario para Rusia
y Putin hubiese sido caer en la provocación hundiendo el Artic Sunrise, barco
holandés no por azar con tripulación de varios países del mundo que no
respondió a la orden de detenerse, ni siquiera a los disparos de advertencia de
los guardacostas rusos.
Nuestro servicio de
inteligencia nacional, la SIDE, viene desde hace tiempo investigando esta
organización ecologista, que es considerada un instrumento creado por el
servicio de inteligencia británico, el MI6, para defender los intereses
geopolíticos y comerciales británicos en todo el mundo, usando los nobles
valores del cuidado medioambiental.
Greenpeace se encarga a nivel
mundial de realizar “Campañas” ecologistas, fundamentalmente en países en vías
de desarrollo, oponiéndose al progreso industrial, a la soberanía tecnológica y
a todo aquel avance nacional que pueda representar una amenaza para los
intereses británicos y de sus aliados.
De esta manera, en Rusia se
oponen a la ocupación y a la explotación petrolera estatal en el ártico, en
Brasil al uso agropecuario de la Amazonia. En la India se oponen al plan
nuclear nacional que pretende que para el 2050 el 25% de la energía utilizada
sea nuclear y en Argentina, la oposición radical a la finalización de Atucha II
y a la construcción de nuevas centrales nucleares para un país que requiere
energía para el desarrollo industrial soberano y la generación de fuentes de
trabajo. También la férrea oposición a la explotación de carbón para usinas
térmicas estatales como la de Río Turbio, el rechazo por las actividades de la
estatal INVAP, el uso de transgénicos y en nuestra provincia, San Juan, a la
explotación a gran escala de oro y otros metales.
Sin embargo en nuestro país no
se oponen a las usinas térmicas sin carbón, ya que la mayoría forma parte de
capitales extranjeros (británicos o aliados), ni tampoco al desarrollo nuclear
estadounidense o sajón ni responsabilizan a estos países centrales del efecto
invernadero, producto de su desarrollo industrial.
Un caso grave en nuestro país
es el del silencio total de Greenpeace sobre la altísima probabilidad que en
aguas del Mar Argentino haya contaminación radioactiva, producto del
hundimiento del buque Sheffield con armas nucleares durante la guerra de
Malvinas. Jamás la organización hizo algún cuestionamiento o investigación
sobre este tema.
Lógicamente, el kirchnerismo
ha sido el peor enemigo para Greenpeace. Recordemos cuando Greenpeace desplegó
una pancarta contra la explotación de carbón en un acto político del ex
presidente Kirchner en Santa Cruz, de la intención de este gobierno de
reactivar el Plan Nuclear Argentino, del apoyo a la minería a cielo abierto y a
la utilización de transgénicos, fundamentalmente para la producción sojera,
imprescindible para un país que requiere de divisas para financiar su
desarrollo.
Asistimos entonces, a una
nueva forma de imperialismo, de sometimiento de los intereses nacionales de
ciertos países a los de otros, esta vez sin armas de fuego, sino a través de
las armas de la acción psicológica y la manipulación en base al
desconocimiento, por parte de corporaciones como Greenpeace.
Diego M. Flores Burgos
Lic. en Ciencias Políticas
M.P. 177