Por Diego Flores Burgos
Este
10 de diciembre de 2012 el kirchnerismo festeja el noveno año de
gobierno, el quinto del de Cristina Fernández y el primero de su
reelección.Personalmente, entiendo al kirchnerismo como proceso político
superador del peronismo, con una orientación de izquierda nacional, tal
como la propusieron los sectores de la Tendencia Peronista y las
Fuerzas Especiales en los ‘70, aggiornado al contexto actual nacional e
internacional y a la vía democrática, por lo que el gobierno de Cristina
Fernández continúa con la lógica del gobierno de Néstor Kirchner: la
confrontación.
La
confrontación, poco comprendida por los sectores medios, comprendida y
rechazada por las élites burguesas y conservadoras de nuestra Patria, es
esencial para este modelo político que nos gobierna.
La
confrontación es propia de los gobiernos que pretenden transformar las
estructuras de la sociedad, de los gobiernos que pretenden una
revolución, comprendiendo esta como un cambio cualitativo sobre las
características que originalmente poseía una sociedad determinada,
generalmente basadas en la exclusión social y la dominación de las
clases altas (pero no meritocráticas) de la sociedad, que conformaban la
estructura del Estado nacional y provincial en su provecho, aliadas a
algún imperialismo (vgr. la red nacional de ferrocarriles o el reparto
de las tierras durante la conquista del desierto).
Revolucionario
fue el gobierno de Hipólito Yrigoyen, quien luchó junto con los
radicales y su tío Alem durante más de 30 años contra los gobiernos conservadores
y elitistas de la época, hasta llegar a ganar las elecciones gracias a
la presión para la gestación de la Ley Sáenz Peña. La forma de dirigirse
al pueblo también fue revolucionaria: Fue en base al carisma y a las
reivindicaciones sociales: Nacía el populismo en la Argentina. No llegó a
ganar la confrontación con la burocracia instalada durante años de
gobiernos oligárquicos y el sector terrateniente vinculado al capital
inglés.
El
peronismo fue el más revolucionario de todos: Los cambios cuantitativos
y cualitativos entre 1943 y 1955 lo demuestran. Pero para ello, al
igual que con Yrigoyen, debió confrontar con el capital inglés, al que
venció en la mesa de negociaciones para la adquisición de los
ferrocarriles, por ejemplo. Confrontó con el sector terrateniente a
favor del industrial, ya que en los países periféricos como el nuestro
la intervención estatal es fundamental para industrialización, al
carecer de una burguesía que se anime a (y pueda) industrializar.
Revoluciónó las relaciones laborales entre el capital y el trabajador,
revolucionó la relación entre nuestro país y el imperialismo
(estadounidense), al sentar la tercera posición y ganar, debido a ello,
el encono del embajador estadounidense Braden y luego expresamente el
del gobierno de EEUU. Revolucionó la gestión de las políticas públicas a
través de la planificación estatal por medio del primer y segundo plan
quinquenal. Muchas de estas reformas revolucionarias permanecieron luego
de la dictadura de la “Revolución Argentina”, aunque en otros aspectos
se retrocedió. De todas maneras, el nivel confrontativo y revolucionario
del primer y segundo gobierno peronista no se alcanzó en el tercero. De
allí que el representante conservador Mariano Grondona reivindique el
tercer gobierno peronista frente a los dos primeros, al decir que Perón
era un líder que había “reflexionado y aprendido de la experiencia”.
El
menemismo también fue revolucionario, pero a la inversa: fue
restaurador de un sistema político y económico excluyente de las grandes
mayorías y de un proyecto de país libre y soberano.
El
kirchnerismo se presenta como un nuevo gobierno confrontativo:
Confrontó con Duhalde, diferenciándose y sacando uno por uno los
funcionarios vinculados al jeque bonaerense. Confrontó con el capital
financiero transnacional, al renegociar los bonos de la deuda externa en
un 70% a favor del pueblo Argentino, confrontó con el poder militar, al
que subordinó bajando los cuadros de los infames traidores de la patria
y a través de los discursos y hechos para con las FFAA; confrontó con
el sistema financiero especulativo nacional al estatizar el negocio para
unos pocos que representaban las AFJP; confrontó con la cúpula de la
Iglesia Católica Argentina, al ser esta el baluarte ideológico que
respalda un modelo político-filosófico –el del pesimismo antropológico,
base de toda forma de poder oligárquica y autoritaria- y la última gran
confrontación se da con los multimedios audiovisuales, que Raúl Alfonsín
intentó regular y no pudo.
Por
eso cuando se ataca al kirchnerismo por el grado de confrontación que
genera, en realidad se ataca, sabiendo o sin saber, su espíritu original
y se reconoce su poder ante los sectores restauradores. Con quién le
falta confrontar al kirchnerismo? Cuando reacomode sus fuerzas luego de
la batalla mediática-cultural con los multimedios, deberá seguir la
confrontación con el modelo extractivista ilegítimo-legal (gran minería,
grandes explotaciones pesqueras), deberá volver a confrontar con el
sector terrateniente, que establece los precios de los alimentos y
especula con las tierras improductivas (reforma agraria), deberá
confrontar con el imperialismo que quiere mantener la división
internacional del trabajo del siglo XIX y deberá confrontar también con
los traidores internos, aquellos que engrosan sus arcas personales
mediante la corrupción estatal en los tres niveles del Estado (nacional,
provincial y municipal), aquellos que se olvidan que su responsabilidad
es para el engrandecimiento del pueblo. No descarto otras
confrontaciones, fruto del resultado de las confrontaciones previas.
Al
contrario como plantean algunos sectores de izquierda, en la actualidad
no hay un proyecto político, fuera del kirchnerismo, que garantice con
éxito la confrontación con el status quo. La lógica del kirchernismo es
confrontar. Cuando deje de hacerlo, dejará de ser kirchnerismo. Y si
mantiene el status quo, no es revolucionario, es conservador.
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