Por Diego M. Flores Burgos
En la actualidad (2014), la realidad económica nacional dista mucho
de la de 2005. En aquella época la Argentina disfrutaba de la
recuperación de manos de las políticas kirchneristas de expansión
de la demanda agregada, a través de la política de aumento de
sueldos vía rehabilitación de paritarias, planes sociales y obra
pública fundamentalmente. Dichas políticas tuvieron el techo en
2009 con la crisis financiera global. Los países periféricos
tenemos esos problemas: Sufrimos las consecuencias de las caídas de
los países desarrollados, no así de sus éxitos.
En 2005, en EE UU la bonanza y recuperación económica lograda en la
era Clinton había llegado a su fin con George Walker Bush (Durante
finales del gobierno de Clinton se calculaba que en 20 años se
saldaría el gigantesco déficit fiscal). Con su política de
despilfarro beneficiando al conglomerado industrial militar, a través
de las campañas militares generadas en el discutido (auto?) atentado
terrorista contra el World Trade Center, se vio obligado a retomar el
viejo proyecto (que incluso tenía más de 100 años con los
proyectos del “Panamericanismo”, que tanto criticaba José
Ingenieros) de un área continental de libre comercio, el ALCA, Área
de Libre Comercio de las Américas.
Años antes, se gestó con G. Bush padre el NAFTA (North American
Free Trade Area), un área de libre comercio en América del Norte
que incluye a México, Canadá y Unidos. A 20 años de su creación,
ha brindado beneficios a todos los países miembros: a EEUU ya que
aprovecha para instalar sus productos en sus vecinos y para reducir
costos de importación de energía. A Canadá y a México por su
cercanía con el gran socio, exportando producción industrial y
energía (Canadá) y energía e industria ensambladora (maquila,
México).
Un acuerdo de libre comercio supone la eliminación gradual de las
trabas arancelarias a la importación. El concepto es muy bueno,
siempre y cuando se trate de socios de desarrollo equivalente que
intercambien productos similares. El problema se da cuando y como
siempre suele suceder, estos acuerdos son promovidos por países
desarrollados, con tecnología y productividad avanzadas, que tratan
de colocar su producción en países menos desarrollados, donde su
industria no puede competir y paulatinamente va desapareciendo.
Este era el problema que sucedía con el ALCA en países como
Argentina y Brasil. Países con una base industrial, golpeada por las
políticas neoliberales y falta de políticas de expansión de la
oferta (fortalecimiento de las PyMEs industriales), pero base
industrial al fin. La adhesión a este espacio de libre comercio
hubiera supuesto transformar nuestras economías en meros proveedores
de materias primas, tal como fue nuestra historia con Gran Bretaña
en el siglo XIX y hasta mediados del XX.
Los TLC han servido a países menos desarrollados para fomentar sus
exportaciones de bienes no industrializados. Es por ello que cada
análisis sobre la conveniencia de un TLC debe hacerse tomando las
particularidades de cada país.
Por ello, hoy, a 9 años del rechazo del ALCA por parte de Néstor
Kirchner, Hugo Chávez, Luis Inácio “Lula” da Silva y Tabaré
Vázquez, medidas como estas adquieren relevancia a fin de ir
comprendiendo cuales son las medidas económicas que permiten el
desarrollo de un Pueblo, entendiendo como tal a la mayoría de sus
habitantes, y cuales benefician sólo a una minoría.
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