jueves, 20 de septiembre de 2007

EL ROL DEL LICENCIADO EN CIENCIAS POLÍTICAS EN EL ESTADO Y LA SOCIEDAD




Sociedad, vanguardia y futuro

La sociedad

Año 2007. San Juan, Argentina. La nuestra es una sociedad tranquila, sin mucho barullo, sin grandes protestas sociales, sin grandes manifestaciones, sin revoluciones, sin cambios. Una sociedad tranquila, cuya paz se altera es alterada solamente por hechos que hacen a la inseguridad. La sanjuanina es una sociedad tranquila, demasiado tranquila. Una sociedad que podríamos considerarla como la sociedad del contrato social de Hobbes en su aspecto delegativo, ya que sus miembros ceden sus derechos de autogobierno al soberano absoluto. De esta manera se desentienden de los asuntos públicos y se dedican a sus gestiones privadas, dejándole a uno o a unos el manejo de aquellos. La vida pasa por el trabajo, la familia y el bienestar personal. Lejos quedó la preocupación por la cosa pública.

La mayoría de la población no está interesada en la política, salvo que se pueda lograr algún beneficio material inmediato. Al ciudadano medio no le importa quien gobierna, como gobierna, que ideología profesa, si es honesto, si es capaz. Solo le interesa que brinde las condiciones que posibiliten su bienestar material.

Lo esencial de esta vida hoy es, sobrevivir. Sea como sea. Lo mejor es el trabajo en el Estado. Es lo más seguro. Nuestra provincia es pobre, su economía desarticulada y subdesarrollada, no hay campo para quienes tienen una formación relativamente alta. No hay otra opción.

Los siete años de represión física e ideológica, sumados a los diez de individualismo posesivo han llevado a la transformación de la sociedad. Ahora somos más tranquilos que antes. Sumisos. No porque, como ocurre en los países desarrollados, todas las necesidades materiales están satisfechas, al menos para la mayor parte de la población, por lo que no es necesaria la revolución: la desilusión de Marx. Somos así porque somos fruto de años de manipulación y control. Somos lo que somos porque somos hijos de la represión y del materialismo. Del miedo y del egoísmo. Todas nuestras acciones están referenciadas a esos dos “valores” que guían nuestro accionar, transversalizan nuestras actividades cotidianas y nuestras opciones más complejas y muchas veces nos conducen a la pérdida de la dignidad y del honor personal.

Somos una comunidad organizada, mejor dicho, una comunidad digitada por intereses que no son los de esta comunidad. Intereses que responden a la economía transnacionalizada y a la cultura macdonaldizada. Los políticos son los gestores locales, talvez haya alguno contra la corriente, talvez.

Subdesarrollada. Pobre. Ignorante. Sumisa. Sometida. Esa es nuestra sociedad. Al final, tranquila.

La vanguardia


No hay tiempo que perder. El profesional, el altamente capacitado, debe insertarse como sea y donde sea a fin de lograr la ansiada seguridad económica. No hay tiempo para pensar en ideologías o utopías. Tampoco conviene, pues podríamos entusiasmarnos y este entusiasmo nos llevaría a caer en la cuenta que el propio sistema en el que buscamos nuestra seguridad económica se contrapone con nuestros principios, generándonos un conflicto axiológico. Además, lo más importante: el perseguir una ideología o ciertos valores políticos pueden poner en riesgo nuestras posibilidades de inserción profesional.

Asimismo la historia nos enseña lo que el “exceso de ideología” puede hacer. Puede llevar al destierro, a la muerte y a la desaparición. A cualquiera, ya sean próceres o desconocidos. Ya sea San Martín, Alem o un militante universitario o gremial de los ‘70. La historia enseña.

Por suerte ya no vivimos en esas épocas en que ir tras una utopía ponía en riesgos nuestras vidas. O tal vez sí, si lo vemos desde el punto de vista económico. En la sociedad actual, quedar fuera del sistema económico es como morirse, no existir.

Peronista o Radical, zurdo o conservador, demócrata o represor, montonero o guardia de hierro, igual da. Irrelevante es pensar en el origen de los gobernantes. Pareciera que los políticos solo existen en nuestras mentes desde el momento en que escuchamos por primera vez sus nombres. La ideología es cosa de ilusos, o de demagogos. Los políticos son los encargados de la cosa pública, de los asuntos sucios. Ese sucio mundo de la política.

Las ideologías ya no tienen sentido. Ahora el asunto es la gestión. ¿Corrupción? ¿Excesos? ¿Arbitrariedad? Fallas del sistema.

El politólogo

Nosotros los técnicos no debemos inmiscuirnos en ese sucio mundo. Tan solo debemos actuar con la mayor objetividad posible. Sin valores. Sin ideología. Sin compromisos sociales. Así nos preparan. Es el reino de la tecnocracia avalorativa, neutra y eficiente. Nosotros somos profesionales. El discurso es para los políticos.

El politólogo es un profesional dedicado a la asistencia en la toma de decisiones. Aunque en algunos la teoría política y una cuota de sensibilidad social presionan. Está todo bien, pero ¿está todo bien? ¿Es acaso la paz de los cementerios es una paz valedera?

Basta. Basta de distanciamiento y avaloración. El politólogo es más que un asesor. Es el verdadero político en potencia. Es teoría y práctica, es ideología y praxis.

En los tiempos que corren, apolíticos, insensibles e individualistas, el politólogo puede y debe ser como Prometeo, que robó el fuego de Zeus. El politólogo lleva el fuego de la sabiduría. Esa sabiduría que ha robado a los poderosos y que, como el fuego de Prometeo, debe llegar a todos los hombres; debe servir para iluminar al pueblo, para educar al soberano. Para que la nuestra sea una sociedad dinámica aunque ruidosa, y no tranquila aunque sumisa. Una sociedad justa, que controle su destino y elija su camino. Que brinde posibilidades para todos. Una sociedad de ciudadanos y no de usuarios categorizados.

El politólogo posee ese fuego. Puede usarlo cuando quiera. Solo depende de su voluntad, de cuan fuerte sea su ardor interno, su sed de justicia, su idealismo, su utopía[1], su compromiso social. Y ese fuego lo tenemos por naturaleza los jóvenes de corazón.



[1] Hay que apuntarle al águila para pegarle a la paloma, pues si le apuntamos a la paloma le podemos pegar a la vaca del vecino. DMFB.

1 comentario:

  1. Este ensayo ganó el concurso del Día del Politólogo, organizado por el Departamento de Ciencias Políticas de la FACSO, UNSJ y la Asociación de Estudiantes de Ciencias Políticas.

    ResponderBorrar