Notas y Entrevistas |
Martes, 09 de Octubre de 2012 00:00 |
La
propuesta nacional y provincial para otorgar el voto a jóvenes desde
los 16 años volvió a correr el velo de la sociedad argentina mostrando
la matriz conservadora que subyace en nuestra cultura. Esta matriz está
basada en la concepción de aquel hombre que el pesimismo antropológico
define: el hombre es un ser malo, que necesita ser guiado por algo o
alguien, para que no se autodestruya.
El arte de nuestros enemigos es desmoralizar,
entristecer a los pueblos.
Los pueblos deprimidos no vencen.
Por eso venimos a combatir por el país alegremente.
Nada grande se puede hacer con la tristeza.
La juventud tiene su lucha, que es derribar
a las oligarquías entregadoras, a los conductores
que desorientan y a los intereses extraños que nos explotan. No es posible quedarse a contemplar el ombligo de ayer y no ver el cordón umbilical que aparece a medida que todos los días nace una nueva Argentina a través de los jóvenes... No se lamenten los viejos de que los recién venidos ocupen los primeros puestos de la fila; porque siempre es así: se gana con los nuevos. Arturo Jauretche
La
propuesta nacional y provincial para otorgar el voto a jóvenes desde
los 16 años volvió a correr el velo de la sociedad argentina mostrando
la matriz conservadora que subyace en nuestra cultura. Esta matriz está
basada en la concepción de aquel hombre que el pesimismo antropológico
define: el hombre es un ser malo, que necesita ser guiado por algo o
alguien, para que no se autodestruya. Esta es la filosofía que adopta el
filósofo del autoritarismo político, Thomas Hobbes, cuando considera,
explicando el estado de naturaleza, que el hombre es el lobo del hombre;
de allí que necesite que el Leviatán (el Estado) preserve su vida
mediante el orden.
Esta
concepción del hombre lleva luego a que el hombre deba ser regido por
alguna “verdad” que lo oriente y discipline. La religión ha tomado muy
bien este papel, de allí que para preservar la “verdad oficial” se
instauraran rígidos controles para que el hombre no se “equivocara”; uno
de ellos, es el conocido proceso de la inquisición. Desde la política
también se hizo lo propio.
La
necesidad de domar o domesticar al hombre bajo ciertos principios ha
llevado también al surgimiento de regímenes autoritarios fuertes, cuyos
ejemplos más claros son los totalitarismos fascista, nazi y stalinista.
La autoridad fuerte es la única manera de cuidar al hombre, de evitar
que este pueda destruirse y equivocarse al ejercer su libre pensamiento
que, seguramente, lo llevará al error. Pero también el sistema de
representación política, que triunfó con el establecimiento de la
constitución de los EE.UU de 1787 frente a la delegación política
manifiesta a esta desconfianza, siendo su versión local la siguiente
idea: “el pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus
representantes” (art. 22 Constiución Nacional).
En
América Latina, y en la Argentina en particular, el pesimismo
antropológico se dio en un crisol donde confluían varios factores. Los
principales fueron la tradición cristiana católica, los sectores
vinculados a las potencias extranjeras, fundamentalmente las oligarquías
agro-ganadero-exportadoras y el pensamiento liberal que propugnaba el
progresivismo histórico, es decir, que el camino de la civilización
estaría dado por la alineación con estas potencias y no desde la
centralidad de nuestras tierras. Facundo o Civilización y Barbarie
refleja claramente esta posición del liberalismo de Mitre y Sarmiento en
el siglo XIX; las que también se manifiestan aún hoy, como durante el
cacerolazo del 13 de septiembre último, donde se podían ver carteles en
la puerta de la Catedral local que decían “no queremos ser como Cuba o
Venezuela”, es decir, no queremos ser latinoamericanos, queremos estar
junto con los países desarrollados, no queremos la “Barbarie”, queremos
la “Cvilización Occidental y Cristiana”.
En
ese marco y en el contexto social actual, si el hombre es malo, el
joven es peor, porque es rebelde, es revolucionario, no está domesticado
todavía, se resiste a seguir al rebaño, al decir de José Ingenieros.
Pero los jóvenes domesticados, que asumen el rol que la sociedad
conservadora les otorga, lo cumplen muy bien. Hace poco tuve la
oportunidad de asistir a un simulacro de plebiscito sobre el voto a los
16 años realizado en una escuela rural de la provincia de San Juan en el
que votaron alumnos, docentes y padres. Allí ganó el NO por 62
votos, contra 6 votos al SI (uno de ellos el mío). Y escuchando luego
las expresiones de los estudiantes que están prontos a egresar, que
además consideran no tener capacidad para emprender la universidad, y
que creen que no podrán terminarla y por ende no tienen pensado seguir
estudiando, comprobé la frase de Don Arturo: "los pueblos deprimidos no
vencen". Esos jóvenes ya están derrotados.
"Quieren
hacerlos votar a los 16 pero no quieren bajar la edad de
imputabilidad”: pesimismo antropológico que choca con el optimismo
antropológico de un proyecto de gobierno que tiene como principio la
esperanza y el optimismo para vencer, para la liberación. El slogan de
gobierno: “Argentina, un país con buena gente” resume ese mensaje. El
panorama nos muestra entonces el choque de quienes tienen una visión
negativa de los jóvenes y otra visión positiva defendida por quienes
creemos que ellos son el motor del cambio, de la revolución necesaria,
tanto social como cultural.
*
Diego Maximiliano Flores Burgos: Nacido el 6 de abril de 1981.
Licenciado en Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de San Juan.
Elaborador de políticas públicas. Coordinador de la agrupación
estudiantil universitaria Encuentro Estudiantil y miembro de la
Corriente Nacional de la Militancia San Juan.
|
Análisis y propuestas para San Juan y el país
miércoles, 10 de octubre de 2012
Un cambio cultural en el rol de los jóvenes
Nota publicada en Sintoma Social Revista Digital: www.sintomasocial.com.ar
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